¿Alguna vez te has parado a pensar cómo influye el espacio en el que aprendemos? En el caso de la infancia, el entorno educativo no es solo un lugar donde estar: es un agente activo que estimula, acoge, educa y también transmite valores. Y hoy, en un mundo que pide a gritos cuidar más del planeta, cada vez más centros infantiles están apostando por transformar sus aulas y patios en espacios educativos sostenibles.
Esta transformación va mucho más allá de usar materiales reciclados o plantar un huerto. Se trata de repensar el lugar donde se aprende desde una mirada que pone en el centro el bienestar, la conciencia medioambiental y el respeto por el entorno. Y lo más interesante es que este cambio no solo beneficia al planeta: también mejora la calidad de vida y el aprendizaje de las niñas y niños.
¿Qué son los espacios educativos sostenibles?
Cuando hablamos de espacios educativos sostenibles, nos referimos a aquellos que se diseñan y gestionan teniendo en cuenta tanto el impacto ambiental como el bienestar de quienes los habitan. No es solo una cuestión de “edificios verdes”, sino de crear entornos más humanos, más sanos y más conectados con la naturaleza.
Algunos principios básicos de estos espacios son:
- Eficiencia energética, usando luz natural, aislamiento adecuado y ventilación cruzada.
- Uso de materiales naturales o reciclados, como la madera certificada, pinturas sin tóxicos o tejidos orgánicos.
- Diseño biofílico, que acerca a la infancia a los elementos naturales: luz, vegetación, agua, texturas orgánicas…
- Integración con el entorno, respetando el paisaje, reduciendo el ruido o creando patios verdes accesibles y seguros.
Todo esto tiene un impacto directo en el bienestar físico y emocional de los niños y niñas: mejora su concentración, reduce el estrés, favorece el juego libre y crea una conexión temprana con el entorno natural.
El aula como tercer educador
No es solo una frase bonita: en muchas pedagogías, como la Reggio Emilia, se habla del espacio como “el tercer educador”, junto a las familias y el equipo docente. El lugar donde se aprende no es neutro: transmite una forma de estar en el mundo, de relacionarse, de aprender y de cuidar.
En este sentido, los espacios sostenibles apuestan por:
- Bioarquitectura, que adapta los espacios al entorno y a las necesidades reales de la infancia.
- Mobiliario funcional y duradero, hecho con materiales de bajo impacto ambiental y adaptado al desarrollo infantil.
- Zonas de calma, donde se respeta el ritmo individual y se promueve la autoregulación emocional.
- Elementos naturales, como techos verdes, huertos escolares, patios con tierra, troncos, agua y sombra.
Cuando un centro educativo se piensa desde esta lógica, se convierte en un espacio que invita a descubrir, experimentar y convivir de manera respetuosa con el medio y con las demás personas.
Educación en sostenibilidad desde la infancia
Pero no se trata solo de aprender en un espacio sostenible, sino también sobre sostenibilidad. Estos centros integran el respeto por el entorno en su proyecto educativo, convirtiendo lo cotidiano en una oportunidad para aprender a cuidar el planeta.
Algunas prácticas habituales en centros infantiles que educan en sostenibilidad son:
- Proyectos de reciclaje, donde los niños y niñas clasifican residuos, reutilizan materiales o crean objetos nuevos con lo que parecía que ya no servía.
- Huertos escolares, que enseñan el ciclo de la vida, el ritmo de las estaciones y el valor del cuidado diario.
- Rincones de naturaleza, donde observar insectos, cuidar plantas o jugar con elementos naturales fomenta la curiosidad y el respeto.
- Dinámicas de autocuidado y corresponsabilidad, en las que se aprende a cuidar el entorno y a convivir de forma más equitativa.
Todo esto, sembrado desde los primeros años, deja huella. Y no solo en lo que aprenden, sino en cómo miran el mundo.
Sostenibilidad: una forma de educar desde el primer día
Educar en sostenibilidad es también educar con sostenibilidad. Apostar por espacios educativos que respetan el entorno y fomentan valores de cuidado colectivo es una inversión a largo plazo. No solo se construyen aulas más agradables o patios más verdes: se forma a una generación más conectada con la vida, más consciente y más comprometida.
Porque el entorno no es un simple escenario: es parte activa del aprendizaje. Y cuando ese entorno se diseña pensando en el futuro del planeta y en el bienestar de la infancia, se transforma la educación desde la raíz.
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